
Los comedores sociales empiezan a recibir a familias ahogadas por la hipoteca y el paro.
La inopinable crisis económica ha obligado a muchos ciudadanos a apretarse el cinturón, de manera que tengan que prescindir de algunos caprichos adquiridos casi como costumbres durante los años de bonanza: como quitarse del café de la mañana en el bar para tomarlo en casa, o recurrir a las rebajas en lugar de la ropa de temporada, el almuerzo de fin de semana o comprar el periódico todos los días. Sin embargo existe una cara más amarga, que la representan aquellos a los que la crisis les ha privado incluso la capacidad de pagar los recibos de la luz, del agua o incluso, para asumir todos esos gastos anteriores, reducir la cantidad de comida en el plato cada día. Se trata de un rostro menos visible, aparentemente minoritario, aunque por desgracia no es un sector de la población pequeño y además tiende a crecer con la nueva situación económica.
Cada vez más familias de clase media u obrera, incapaces de afrontar la nueva situación que la crisis económica les plantea, reclaman asistencia por parte de trabajadores sociales. «Son personas que compraron un piso y, o bien les ha subido la hipoteca o han perdido el empleo, y ahora no les llega ni para comer».
Existen muchos perfiles de cuantos acuden al comedor, aunque generalmente son personas mayores o de mediana edad -de 40 a 50 años- y son más habituales los hombres que las mujeres.
Cada vez más familias de clase media u obrera, incapaces de afrontar la nueva situación que la crisis económica les plantea, reclaman asistencia por parte de trabajadores sociales. «Son personas que compraron un piso y, o bien les ha subido la hipoteca o han perdido el empleo, y ahora no les llega ni para comer».
Existen muchos perfiles de cuantos acuden al comedor, aunque generalmente son personas mayores o de mediana edad -de 40 a 50 años- y son más habituales los hombres que las mujeres.