Cuando te acercas como voluntario a una persona con una enfermedad mental, generalmente lo hacemos desde un rol de ayudador, desde una posición de control, de conocimiento y de capacidad respecto al otro. Mi experiencia fue así, al principio me acercaba a ellos desde ese rol. Creo que detrás de ese deseo de controlar hay mucho miedo a perder la seguridad, mucho miedo a lo desconocido y a lo que se me va de las manos. Después de varios años como voluntario, experimento que cada día de voluntariado, cada encuentro, cada diálogo, ha ido provocando que se desmonten mis ideas y mis actitudes, y ese esquema inicial se ha ido desmoronando. He podido ir descubriendo la riqueza que hay en cada persona y realizar con ella un peregrinaje del que podemos salir recíprocamente enriquecidos. Ya no son sólo ellos los que me dan las gracias por mi tiempo y dedicación, sino que soy yo el que también les agradezco la ayuda en hacerme valorar lo que realmente vale y es importante, relativizando tantas y tantas cosas que creía eran necesarias y no lo son tanto.
Mucha gente piensa que para ser voluntario hay que valer, hay que tener vocación, hay que nacer para ello. Todos podemos aportar algo, en la medida que sea, según las circunstancias de cada uno.
Mucha gente piensa que para ser voluntario hay que valer, hay que tener vocación, hay que nacer para ello. Todos podemos aportar algo, en la medida que sea, según las circunstancias de cada uno.